Hacía muy poco tiempo que el príncipe Korustcha había ocupado el trono por muerte de su padre, cuando una noche en que recorría las calles de su capital, como lo hacía habitualmente, disfrazado, para enterarse de lo que pasaba y proceder con más justicia en sus decisiones, oyó al pasar cerca de una ventana entreabierta la conversación de tres jovencitas. Se detuvo el sultán y observó sin ser visto. Y decía la mayor: — ¡Ay, si yo me casara con el panadero del sultán! Siempre comería de esos sabrosísimos panes que sirven en la mesa del palacio. Y dijo después la mediana: — ¡Ay, si yo me casara con el cocinero del sultán! Siempre comería de esos sabrosísimos platos que sirven en la mesa del palacio. — ¡Ay, si yo me casara con el sultán! Es joven, buen mozo, y así yo sería la sultana. Sus dos hermanas la miraron y se echaron a reír, al tiempo que el sultán continuaba su camino por las obscuras callejuelas de su capital. A la mañana siguiente ordenó que las tres hermanas fuera...
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