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"Poemas a México", Gabriela Mistral | Maratona Guadalupe-reinas | Libros B4 Tipos


Nuestra charla será el miércoles 27 de diciembre de 2023 a las 20:00 hrs., por Facebook Live

CONSIGNA 6. Libro pendiente de otro Guadalupe-Reinas


TALA


y en ella,
a la piedad de
la mujer mexicana.

Notas

Razón de este libro (Fragmento)

Alguna circunstancia me arranca siempre el libro que yo había dejado para las Calendas, por dejadez criolla. La primera vez el Maestro Onís y los profesores de español de Estados Unidos forzaron mi flojedad, y publicaron Desolación; ahora entrego Tala por no tener otra cosa que dar los niños españoles dispersados a los cuatro vientos.

Tomen ellos del pobre libro de mano de su Gabriela, que es una mestiza de vasco, y se lave Tala de su miseria esencial por este ademán de servir, de ser únicamente el criado de mi amor hacia la sangre inocente de España, que va y viene por la Península y por Europa entera.

Excusa de unas notas (Fragmento)

Alfonso Reyes creó entre nosotros el precedente de las notas de autor sobre su propio libro. Cargue él, sabio y bueno, con la responsabilidad de las que siguen.

Es justa y útil la novedad. Entre el derecho del crítico capaz -llamémosle Monsieur Sage- y el que usa el eterno Don Palurdo, para tratar de la pieza que cae a sus manos, cabe una lonja de derecho para que el autor diga alguna cosa. En especial el autor que es poeta y no puede dar sus razones entre la materia alucinada que es la poesía. Monsieur Sage dirá que sí a la pretensión; Don Palurdo dirá, naturalmente que no.

Una cauda de notas finales no da énfasis a un escrito, sea verso o prosa. Ayudar al lector no es protegerlo; sería cuanto más saltarle al paso, como el duende, y acompañarle unos trechos de camino, desapareciendo en seguida...

Lleva este libro algún pequeño rezago de Desolación. Y el libro que le siga -si alguno sigue- llevará también un rezago de Tala...

Así ocurre en mi valle de Elqui con la exprimidura de los racimos. Pulpas y pulpas quedan en las hendijas de los cestos. Las encuentran después los peones de la vendimia. Ya el vino se hizo y aquello se deja para el turno siguiente de los canastos...

Dedicatoria

Tardo en pagar mis deudas. Pero en esta ausencia de doce años de mi México no tuve antes sosiego largo para juntar lo disperso y aventado.


o-o-o-o-o-o-o-o


Nocturno de José Asunción

En Muerte de mi madre



A Alfonso Reyes

Una noche como esta noche,
se han de dormir viniendo el día:
de Circe llena, ésa sería
la noche de José Asunción,
cuando a acabarse se tendía;            5

Emponzoñada por el sapo
que echa su humor en hierba fría,
y a la hierba llama al acedo
a revolcarse en acedía;

Alumbrada por esta luna,         10
barragana de gran falsía,
que la locura hace de plata
como olivo o sabiduría;

gobernada por esta hora
en que al Cristo fuerte se olvida, 15
y en que su mano, traicionada,
suelta el mundo que sostenía

(Y el mundo, suelto de su mano,
como el pichón de la que cría,
hacia la hora duodécima                   20
sin su fervor se nos enfría);

taladrada por la corneja
que en la rama seca fingía
la vertical del ahorcado
con su dentera de agonía;            25

arreada por el Maligno
que huele al ciervo por la herida,
y le ofrece en el humus negro,
venda más negra todavía;

venda apretada de la noche               30
que, como a Antero, cerraría,
con leve lana de la nada,
la boca de las elegías;

Noche en que la divina hermana
con la montaña se dormía,            35
sin entender que los que aman
se han de dormir viniendo el día;

Como esta noche que yo vivo
la de José Asunción sería.


o-o-o-o-o-o-o-o


Materias

I

Pan


Teresa y Enrique Díez-Canedo


Dejaron un pan en la mesa,
mitad quemado, mitad blanco,
pellizcado encima y abierto
en unos migajones de ampo.

Me parece nuevo o como no visto,                   5
y otra casa que él no me ha alimentado,
pero volteando su miga, sonámbula,
tacto y olor se me olvidaron.

Huele a mi madre cuando dio su leche,
huele a tres valles por donde he pasado: 10
a Aconcagua, a Pátzcuaro, a Elqui,
y a mis entrañas cuando yo canto.

Otros olores no hay en la estancia
y por eso él así me ha llamado;
y no hay nadie tampoco en la casa                   15
sino este pan abierto en un plato,
que con su cuerpo me reconoce
y con el mío yo reconozco.

Se ha comido en todos los climas
el mismo pan en cien hermanos:                    20
pan de Coquimbo, pan de Oaxaca,
pan de Santa Ana y de Santiago.

En mis infancias yo le sabía
forma de sol, de pez o de halo,
y sabía mi mano su miga                            25
y el calor de pichón emplumado...

Después le olvidé, hasta este día
en que los dos nos encontramos,
yo con mi cuerpo de Sara vieja
y él con el suyo de cinco años.                    30

Amigos muertos con que comíalo
en otros valles, sientan el vaho
de un pan en septiembre molido
y en agosto en Castilla segado.

Es otro y es el que comimos                            35
en tierras donde se acostaron.
Abro la miga y les doy su calor;
lo volteo y les pongo su hálito.

La mano tengo de él rebosada
y la mirada puesta en mi mano;                    40
entrego un llanto arrepentido
por el olvido de tantos años,
y la cara se me envejece
o me renace en este hallazgo.

Como se halla vacía la casa,                            45
estemos juntos los reencontrados,
sobre esta mesa sin carne y fruta,
los dos en este silencio humano,
hasta que seamos otra vez uno
y nuestro día haya acabado...                             50



o-o-o-o-o-o-o-o


Beber

En Saudade


Al Dr. Pedro de Alba


Recuerdo gestos de criaturas
y son gestos de darme el agua.

En el Valle de Río Blanco,
en donde nace el Aconcagua,
llegué a beber, salté a beber                   5
en el fuete de una cascada,
que caía crinada y dura
y se rompía yerta y blanca.
Pegué mi boca al hervidero,
y me quemaba el agua santa,                  10
y tres días sangró mi boca
de aquel sorbo del Aconcagua.

En el campo de Mitla, un día
de cigarras, de sol, de marcha,
me doblé a un pozo y vino un indio 15
a sostenerme sobre el agua,
y mi cabeza, como un fruto,
estaba dentro de sus palmas.
Bebía yo lo que bebía,
que era su cara con mi cara,                  20
y en un relámpago yo supe
carne de Mitla ser mi casta.

En la Isla de Puerto Rico,
a la siesta de azul colmada,
mi cuerpo quieto, las olas locas,           25
y como cien madres las palmas,

rompió una niña por donaire
junto a mi boca un coco de agua,
y yo bebí, como una hija,
agua de madre, agua de palma.           30
Y más dulzura no he bebido
con el cuerpo ni con el alma.

A la casa de mis niñeces
mi madre me llevaba el agua.
Entre un sorbo y el otro sorbo            35
la veía sobre la jarra.
La cabeza más se subía
y la jarra más se abajaba.
Todavía yo tengo el valle,
tengo mi sed y su mirada.                    40
Será esto la eternidad
que aún estamos como estábamos.

Recuerdo gestos de criaturas
y son gestos de darme el agua.


o-o-o-o-o-o-o-o


Recado a Lolita Arriaga, en México

En Recados



Lolita Arriaga, de vejez divina,
Luisa Michel sin humo y barricada,
maestra parecida a pan y aceite
que no saben su nombre y su hermosura,
pero que son los «gozos de la Tierra»,                             5

Maestra en tiempo rojo de vikingos,
así ambulante entre vivacs y rayos,
cargando la pollada de niños en la falda
y sorteando las líneas de fuego con las liebres.

Panadera en aldea sin pan, que tomó Villa,                   10
porque no le lloraran los chiquitos, y en otra
aldea del azoro, partera a medianoche,
lavando al desnudito entre los silabarios.

O escapando en la noche del saqueo
y el pueblo ardiendo, vuelta salamandra,                   15
con el recién nacido colgado de los dientes
y en el pecho terciadas las mujeres.

Providencia y perdón de tus violentos,
cuyas torvas azota Huitzilopochtli, el negro,
«porque todos son buenos, alanceados del diablo           20
que anda a zancadas a medianoche haciendo locos»...

Comadre de las cuatro preñadas estaciones,
que sabes mes de mangos, de mamey y de yucas,
mañas de raros árboles, trucos de injertos vírgenes;
floreal y frutal con la Cibeles madre.                           25

Contadora de «casos» de iguanas y tortugas,
de bosques duros alanceados de faisanes,
—140→
de ponientes partidos por cuernos de venados
y del árbol que suda el sudor de la muerte.

Vestida de tus fábulas como el jaguar de rosas,           30
cortándolas de ti por darlas a los otros
y tejiéndome a mí el ovillo del sueño
con tu viejo relato innumerable.

Bondad abrahámica de Lola Arriaga,
maestra del Señor enseñando en Anáhuac,                   35
sustento de milagro que me dura en los huesos
y que afirma mis piernas en las siete caídas.

Encuentro tuyo en la tierra de México,
conversación feliz en el patio con hierba,
casa desahogada como tu corazón,                                  40
y escuela tuya y mía que es nuestro largo abrazo.

Madre mía sin sueño, velándome dormida
del Odio que llegaba hasta la puerta                     
como el tigrillo, se hallaba tus ojos,
y se alejaba con carrera rota...                                  45

Los cuentos que en la Sierra a darme no alcanzaste
me los llevas a un ángulo del cielo,
¡En un rincón sin volteadura de alas,
dos atónitas viejas, las dos diciendo a México
con unos ojos tiernos como las tiernas aguas                 50
y con la eternidad del bocado de oro
sobre la lengua sin polvo del mundo!


o-o-o-o-o-o-o-o


El maíz

I


El maíz de Anáhuac,
el maíz de olas fieles,
cuerpo de los mexitlis,
a mi cuerpo se viene.
En el viento me huye,              5
jugando a que lo encuentre,
y me cubre y me baña
el Quetzalcoatl verde
de las colas trabadas
que lamen y que hieren.            10
Braceo en la oleada
como el que nade siempre;
a puñados recojo
las pechugas huyentes,
riendo risa india                    15
que mofa y que consiente,
y voy ciega en marea
verde resplandeciente,
braceándole la vida,
braceándole la muerte.            20


II


El Anáhuac lo ensanchan
maizales que crecen.
La tierra, por divina,
parece que la vuelen.
En la luz sólo existen             25
eternidades verdes,
remada de esplendores
que bajan y que ascienden.
Las Sierras Madres pasa
su pasión vehemente             30
El indio que los cruza
«como que no parece».
Maizal hasta donde
lo postrero emblanquece,
y México se acaba                      35
donde el país se muere.


III


Por bocado de Xóchitl,
madre de las mujeres,
porque el umbral en hijos
y en danza reverbere,              40
se matan los mexitlis
como Tlálocs que jueguen
y la piel del Anáhuac
de escamas resplandece.
Xóchitl va caminando               45
en filos y filos verdes.
Su hombre halló tendido
en caña de la muerte.
Lo besó con el beso
que a la nada desciende               50
y le sembró la carne
en el Anáhuac leve,
en donde llama un cuerno
por el que todo vuelve...


IV


Mazorcada del aire                55
y mazorcal terrestre,
el tendal de los muertos
y el Quetzalcóatl verde,
se están como uno solo
mitad frío y ardiente,               60
y la mano en la mano,
se velan y se tienen.
Están en turno y pausa
que el Anáhuac comprende,
hasta que el silbo largo               65
por los maíces suene
de que las cañas rotas
dancen y desperecen:
¡eternidad que va
y eternidad que viene!               70


V


Las mesas del maíz
quieren que yo me acuerde.
El corro está mirándome
fugaz y eternamente.
Los sentados son órganos,      75
las sentadas magueyes.
Delante de mi pecho
la mazorcada tienden.

De la voz y los modos
gracia tolteca llueve.              80
La casta come lento,
como el venado bebe.
Dorados son el hombre,
el bocado, el aceite,
y en sesgo de ave pasan              85
las jícaras alegres.
Otra vez me tuvieron
estos que aquí me tienen,
y el corro, de lo eterno,
parece que espejee...              90


VI


El santo maíz sube
en un ímpetu verde,
y dormido se llena
de tórtolas ardientes.
El secreto maíz                      95
en vaina fresca hierve
y hierve de unos crótalos
y de unos hidromieles.
El dios que lo consuma,
es dios que lo enceguece:           100
le da forma de ofrenda
por dársela ferviente;
en voladores hálitos
su entrega se disuelve
y México se acaba                     105
donde la milpa muere.


VII


El pecho del maíz
su fervor lo retiene.
El ojo del maíz
tiene el abismo breve.              110
El habla del maíz
es valva y valva envuelve.
Ley vieja del maíz,
caída no perece,
y el hombre del maíz              115
se juega, no se pierde.
Ahora es en Anáhuac
y ya fue en el Oriente:
¡eternidades van
y eternidades vienen!              120


VIII


Molinos rompe-cielos
mis ojos no los quieren.
El maizal no aman
y su harina no muelen:
no come grano santo              125
la hiperbórea gente.
Cuando mecen sus hijos
de otra mecida mecen,
en vez de los niveles
de balanceadas frentes.              130
A costas del maíz
mejor que no naveguen:
maíz de nuestra boca
lo coma quien lo rece.
El cuerno mexicano              135
de maizal se vierte
y así tiemblan los pulsos
en trance de cogerle
y así canta la sangre
con el arcángel verde,              140
porque el mágico Anáhuac
se ama perdidamente...


IX


Hace años que el maíz
no me canta en las sienes
ni corre por mis ojos             145
su crinada serpiente.
Me faltan los maíces
y me sobran las mieses.
Y al sueño, en vez de Anáuhac
le dejo que me suelte             150
su mazorca infinita
que me aplaca y me duerme.
Y grano rojo y negro
y dorado y en cierne,
el sueño sin Anáhuac              155
me cuenta hasta mi muerte.


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📌 FUENTE: Mistral, Gabriela (1938). Tala. Poemas. Buenos Aires: Ediciones SUR. Recuperado de: https://cutt.ly/rwFYcR0z

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