Semblanza
Emiliano Martín del Campo Murillo nació en noviembre de 1987.
Es especialista en Literatura Mexicana del Siglo XX por la Universidad Autónoma Metropolitana. También cursó el diplomado de Creación Literaria en el Centro Xavier Villaurrutia. Actualmente estudia la maestría en Literatura Mexicana por la Universidad Veracruzana.
Fue editor en el Diario de México. Realizó la puesta en escena Las películas de terror me dan risa para el Microteatro. También es creador del programa de radio México, asilo de diversas Culturas, para el Instituto Mexicano de la Radio (IMER).
Participó como tallerista del Programa de Artes y Oficios de la Ciudad de México, y también fue becario Jóvenes Creadores del FONCA.
Publicó el libro de cuentos Apología del extravío en Gorrión Editorial.
El cuento "El apocalipsis" se incluyó en la antología de becarios del SACPC de la generación 2020-2021.
El apocalipsis
Hubo una época en que nadie leía. El centro de Distópica era un monte de luces y mensajes publicitarios. La imagen dejaba poco a la imaginación. Las personas de aquel lugar vivían hipnotizadas con reproducciones en tercera dimensión y arquetipos de la realidad aumentada. Habían inventado tantas cosas que los libros estaban arrumbados en unos lugares antiquísimos llamados bibliotecas.
Las personas de aquel sitio, en un impulso de algarabía, eligieron a un líder bastante peculiar. Las votaciones fueron arrasadas por este personaje de televisión. Su primer decreto fue prohibir todas las publicaciones que no estuvieran relacionadas con la moda y las noticias de la gente importante. Convirtió las bibliotecas en iglesias, las librerías en tiendas de maletas y las escuelas en campos de concentración en donde se repetían una y otra vez videos afanados del mundo virtual.
Después de las medidas radicales todo dio un giro de trescientos sesenta grados. Nadie esperaba el cambio repentino de actuar del populacho. Sin casualidades no hay destino, siempre se busca lo que está escondido, dice un viejo refrán. Todo cambió. Unos pocos comenzaron a leer los libros del estante de su abuela. Los enamorados traducían a los poetas malditos. Los bulevares se llenaron de la poesía que pintaban los anarquistas en las paredes de los centros comerciales. El mercado negro empezó a ser opción para algunas amas de casa y los más radicales comenzaron a leer novelas negras.
El alcalde, preocupado por la forma de actuar de los ciudadanos, inauguró las ferias de la combustión en donde se quemaban obras clásicas. Contrató a mercadólogos y publicistas para que dieran conferencias sobre la forma en que los lectores habían sido engañados por científicos, poetas, narradores y filósofos durante la historia de la humanidad. Se hicieron festivales de destrucción de autores tradicionales. Exposiciones del olvido de escritores canónicos. Aunque ya casi nadie podía acordarse de las obras originarias de Distópica, el mandatario decidió exterminar, inclusive, la literatura nacional.
Esto provocó la exaltación popular. Hasta la fecha me sorprende el nacionalismo exacerbado de aquella sociedad. Aunque la policía revisaba de vez en cuando las casas, los habitantes de la ciudad por lo general mantenían sus libros en escondites básicos como debajo del colchón, detrás del refrigerador o adentro del horno de microondas y leían a escondidas en el metro o mientras caminaban entre los callejones de la isla. Aprovechaban para comentar la lectura cuando no estaba el jefe y se les encontraba leyendo uno que otro capítulo en el baño durante sus ratos libres. La mayoría camuflaba sus ejemplares en revistas de chismes.
Se hicieron clubs de fans alrededor de poetas muertos. La gente se aprendía canciones que recitaba a espaldas de los gendarmes. Los niños gritaban versos como groserías aprendidas de los mayores. Existía un aire de clandestinidad placentero en las pláticas literarias. Los libros circulaban.
Surgieron los dealers de la literatura. Libromenudistas que traficaban con obras de medicina, biología, física, química, matemáticas, pero sin duda la adicción más profunda se alimentaba del público que buscaba comer del árbol prohibido, conocer sobre las pasiones humanas.
Las señoras iniciaron una forma de vivir a partir de las novelas y quisieron tener amantes, muchos noviecitos, para solventar el vacío de sus corazones y ser felices. La mayoría se suicidaron al no encontrar la verdad en sus sentimientos. En cambio, los hombres idealizaban a las mujeres. Hicieron del amor imposible un ideal platónico que provocaba cierta melancolía y una profunda angustia en sus corazones.
La República de Distópica se convirtió en un paraíso poético en donde las metáforas, los hipérbatos, las aliteraciones, los quiasmos, los símiles y las hipérboles atrofiaban las frases más elementales, inclusive las señoras que hacían el quehacer afectaban el paso del lenguaje a tal grado que realizaban las listas del mandado con una oscuridad tan profunda que solo ellas les entendían.
Nadie prestaba sus libros pues tenían miedo de que no regresaran a sus manos. Los ciudadanos tenían sus hogares llenos de libros de todo tipo; caminaban entre torres de papel que formaban laberintos. Los adictos buscaban letras debajo de las coladeras, entre los muros; mucha gente empezó a robar. Con cualquier pretexto acudían a la casa de algún vecino y escondían los ejemplares en holgadas gabardinas con bolsillos por doquier.
Las personas dejaron de ir al trabajo y pagar sus impuestos. La economía se fue a pique, cayó en un hoyo tan profundo que ni los tecnócratas supieron que medidas implementar. Había una cantidad enorme de empleos que nadie deseaba tomar, los ciudadanos de aquella isla preferían quedarse en su casa terminando de revisar teorías sobre la evolución de las tortugas. Los adultos regresaron a la universidad y los jóvenes dejaron de estudiar.
Era común observar discusiones filosóficas en los quioscos o en las plazas públicas sobre la sustancia o el vacío, sobre la nada o el ser o estar. Las preguntas viejas se pusieron de moda y muchos cuestionaron la existencia de Dios, algunos lo dieron por muerto, entonces se polemizó sobre la objetividad de la ciencia, de la historia, de la verdad. Reflexionaban en torno a la ética y la moral, el bien o el mal. Comúnmente se encendían los ánimos y los debates terminaban en golpes. La gente dejó de creer en todo, algunos llegaron a preguntarse si el universo era real o simplemente era una construcción de la mente.
Varios de estos ingeniosos individuos dejaron de leer libros recientes, se llenaron de nostalgia, quisieron descubrir las historias de antaño, conocer a los grandes héroes y sus tragedias. Quisieron saber acerca de caballeros, épicas batallas y aventuras imposibles. Las hazañas se reprodujeron en los teatros al aire libre, los aficionados se disfrazaban de sus personajes favoritos; el mundo se transformó en un gran circo en donde las espadas y los escudos fueron recurrentes y hasta indispensables.
Las personas de aquel lugar habían olvidado los principios fundamentales de la ficción y contaban todas las historias como si estas hubieran ocurrido el día anterior. Los empedernidos lectores se emborrachaban con cuentos fantásticos. La realidad se miraba desde una perspectiva fantasmagórica en donde confluían relatos de metamorfosis, mutaciones y transformaciones químicas o físicas encontradas en las obras más antiguas. Los habitantes de aquel lugar se sumergieron en los viajes en el tiempo y se preguntaron si realmente existía un orden cronológico, una estructura en la organización elemental de los acontecimientos, finalmente, desaparecieron el ayer o el mañana y el reloj dejó de funcionar.
Fue imposible encontrar la diferencia entre los sueños y las vivencias de las personas. A veces algún librodependiente soñaba alguna rosa y despertaba con ella en sus propias manos. Dejó de existir esa tela que dividía la vida y la muerte.
En aquel nosocomio los seres humanos caminaban anestesiados por sus propios pensamientos. Las ideas flotaban en el aire como un gas lacrimógeno que invadía los cerebros de la populación. La vida se movía con un aire rocambolesco. La ciudad se había convertido en un paraíso surrealista. Hasta la realidad aumentada parecía ridícula en este jardín de alucinación. Así fue cayendo todo en un hoyo tan profundo que aquella pequeña mancha metropolitana se convirtió en un auténtico loquero. Las últimas personas cuerdas se soñaron alguna vez en la vida. Los demás penetraron en las aguas de un espejo del que nunca pudieron escapar.
P.D. Encontré este manuscrito dentro de una botella de vino que escupió el mar. Entrego esta traducción como vestigio de una sociedad que desapareció.
O-O-O-O-O-O-O-O-O-O-O-O-O-O-O-O-O-O-O-O-O-O-O-O-O-O-O-O
CÓMO CITAR: del Campo, Emiliano (2021). El apocalipsis. En Antología de letras, dramaturgia, guion cinematográfico y lenguas indígenas. Jóvenes Creadores. G 2020-2021. México: Secretaría de Cultura-SACPC. Págs. 37-41. Recuperado de: https://bit.ly/3RyqQ10
me encanta! Felicidades Emi
ResponderBorrar¡Qué alegría saber que te gustó! Puedes mirar la charla con el autor en este enlace. El video estará disponible hasta el 2 de octubre de 2022. ¡Saludos! https://fb.watch/fPjK9Cgo30/
Borrar