Semblanza
Daniela Mayorquín nació el 04 de marzo de 1996 en Tepic, Nayarit.
Es licenciada en Letras Españolas por la Universidad de Guanajuato.
Ha participado en concursos de letras desde la adolescencia y en proyectos literarios como el Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico del Estado de Nayarit (PECDA) y el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA).
Actualmente escribe novela y cuento de género fantástico, y uno de sus principales intereses está en la investigación sobre la literatura escrita por mujeres, especialmente aquella que verse sobre el terror cotidiano, la infancia, lo onírico y lo siniestro.
Además de la escritura creativa, Daniela se dedica a la redacción académica y web, así como a la corrección de estilo. También imparte talleres literarios a infancias y adolescencias, seleccionando autores y movimientos artísticos canónicos (y no tanto) para fomentar el hábito de la lectura.
El cuento "Desafortunada visita" se incluyó en la antología de becarios del SACPC de la generación 2020-2021.
Desafortunada visita
"En este pueblo nunca pasa nada", se supone que es una ciudad, pero el resto del país piensa que es un rancho, ni siquiera nos ubican en el mapa. Yo he vivido aquí toda la vida, aunque mi papá dice que viví un año en Estados Unidos, cuando mamá, furiosa, decidió mudarse con la tía Maritza en lo que pensaba si pedir el divorcio o no. A veces me pregunto qué habría sido de mí si mi mamá hubiera elegido diferente. ¿Viviría en Gringolandia? Quizá allá todo sería más fácil... no sé, no lo recuerdo. Tenía dos años. ¿Ubican esas historias sobre las vacaciones perfectas? ¿Como cuando dices "nunca he ido a Los Cabos" y tus papás te responden "claro que sí" pero resulta que tenías ocho meses? Algo así me siento sobre ese año perdido. De haber tenido consciencia quizá le habría dicho a mi mamá que nos quedáramos, que pensara en mí, en mi futuro, pero pues bueno.
Desde que Yahir se fue mi pasatiempo es esperarlo entre las clases de inglés, el aseo matutino y el repaso de esa maldita guía que no me sirvió de nada. Mi mamá no quiere que trabaje, dice que en cuanto empiece a sentir el dinerito en mis dedos me olvidaré del estudio. ¿Pero pues cuál? Si ahorita no estoy haciendo nada. Si trabajara a lo mejor me podría pagar una compu y no estaría aquí en el ciber de don Jacinto, tratando de abrir la homework platform en un Firefox que parece Internet Explorer de tanto porno, música ilegal y las cookies de páginas para ver anime. ¡Es en serio! Además hay cosas peores. Cuando tenía catorce me encontré una memoria llena de videos horribles. Entre 2 Girls 1 Cup y Daisy's Destruction había toda una colección de decapitaciones, saltos extremos que acababan mal y películas eróticas de filias que jamás hubiera imaginado. Se los mostraba a mis amigos de la secundaria sin ninguna explicación y ellos me tachaban de loca-enferma mientras todos nos reíamos. ¿Quién sabe por qué? La pantalla nos hacía sentir seguros, alejados de esa realidad ante la que solíamos burlarnos para ocultar los nervios, el miedo, en especial el miedo, y en ese esfuerzo llegaba, o por lo menos a mí me llegaba, una excitación indescriptible.
—Karlita, ¿podemos hablar? —me sorprende Óscar. Salto sobre la silla, pero no puedo dejar que lo note.
—Ya me estás hablando —le digo, compuesta. Él está parado tras el CPU y me mira fijo, como si supiera que he estado ausente. Me pone nerviosa—. ¿Qué pasa?
—Oye... ¿qué vas a hacer en la noche?
—Va a venir Yahir, ¿por?
—No, nada, es que... no quiero que salgas.
— ¿Con Yahir? ¿Y eso como por qué? —Óscar parece nervioso. Mira a un lado, al otro, y ya no dice nada. ¡Güey, nadie te vigila! Qué molestia—. Bueno, ¿y a mí qué me importa qué quieres tú? Estoy ocupada.
—Perdóname. Karla, cuídate, por favor —me dice, pero no se va, se muerde los labios, sigue mirándome, yo alzo una ceja y entonces, por fin, me da la espalda y sale del ciber. Pinche loco, ¿qué le sucede? Óscar es mi vecino, lo conozco desde los seis años y siempre ha sido raro, raro como la chingada. De todos mis compañeros del taller de computación, él fue el único que no se asqueó con los videos de la memoria. Santo le ponía uno tras otro, pero Óscar no decía nada, se quedaba observando la pantalla, analizando en silencio cada detalle, cada herida, cada expresión de sufrimiento, con una cara impasible. Ese día la maestra nos descubrió. Santo y yo no fuimos a la escuela como por una semana, la mamá de Óscar pensó que lo estábamos molestando, ¡si hubiera sabido lo que pasó después...! No me habría creído.
A los dos meses todos fuimos al cine, su hijo me acompañó a mi casa y, en la oscuridad, intentó besarme, me apretó tan fuerte que me dejó marcas en los hombros; ahora pienso que se aprovechó de que el alumbrado público no funcionaba, de que vivíamos a un lado del otro, de que éramos amigos, desde chicos. Recuerdo que le di una cachetada y salí corriendo. No volví a hablarle hasta que estuvimos en la prepa, y eso porque su mamá murió, había que darle el pésame. Luego su tío se mudó con él y desde entonces se volvió aún más raro. Por suerte, yo ya había conocido a Yahir. Hablamos en una fiesta y nos besamos al día siguiente. A partir de ese momento, no nos separamos. Él estudiaba en otra prepa, pero pasaba por mí casi todos los días; más de una vez, al toparnos con Óscar sobre la cuadra, apretaba mi mano y no le quitaba los ojos de encima a quien llamaba "mi acosador" hasta que nos despedíamos en la puerta de mi casa. Caminar con Yahir me daba seguridad, aun por mi calle, incluso de madrugada. Tuve que volver a acostumbrarme a llegar temprano y a vigilarlo todo: las banquetas, los carros, los portones, en su ausencia. ¡Ojalá hubiera estudiado más! Yo también me habría ido de aquí. Cuando mi abuela supo que él quedó en biológicas y que a mí me faltaron varios puntos para lo mío, soltó un suspiro de ternura: "¡Cuídate, eh! No vayas a salir embarazada y le arruines su carrera". No, tita; nunca olvidaré su brillante consejo.
—¿A poco? ¿Y en Guadalajara?
—Sí, güey, porque él era de ahí. ¡Vas, Karla!
—No sé, siento que la animación no es lo mío.
Santo y yo caminamos sobre la insurgentes, sostengo su celular que me muestra la noticia sobre la escuela de Guillermo del Toro. "Será la CIA, aunque le diremos de cariño El taller de Chucho" anunció en el Festival Internacional de Cine. Santo dice que me olvide de los pretenciosos de la UNAM y que me meta al Taller de Chucho, pero no me importan los otros, yo sólo quiero estudiar cine. Le digo que si nos vamos a ver una peli y él me detiene frente a la central. Apunta, sonriendo. Yahir está parado en la entrada con sus lentes cuadrados, su mochila y su pequeña maleta, y yo corro a abrazarlo, a decirle que lo esperaba hasta la noche, a llenarle la cara de besos.
—Bueno, los dejo, voy a ir a la casa de Gonzo.
— ¡No, güey! —responde Yahir—. Yo me quedo hasta el domingo, no les voy a joder los planes. ¿Qué iban a hacer ahorita?
Santiago tartamudea y yo contesto que íbamos a ver La naranja mecánica. "¿Otra vez?" me dice Santo. No me importa. Pronto resolvemos ir todos a la casa de Gonzo, comprarnos unas pizzas, unas cheves y repetir la película: "De todos modos" digo, triunfante, "ni Yahir ni Gonzalo la han visto". Gonzo es mi primo y vive a dos calles de mi casa. Cuando le conté sobre lo de Óscar, se sintió culpable por no habernos acompañado. "Sólo tenía que caminar un poco más con ustedes" me decía, sin parar de imaginarse lo que pudo ocurrir: "pudo ser peor, ¿qué tal si te forzaba a más?, ¡pudo haberte hecho daño...!" yo siempre le pedía que se relajara. Una cosa era que mis amigos y mi novio me consideraran vulnerable, y la otra era que yo misma experimentara esa necesidad de protección. ¿Por qué debía esperar a estar con ellos para sentirme tranquila? "Karla, en el DF será peor!" me decía mi papá. "¡Sé cuidarme, no soy pendeja!" yo le contestaba a gritos, pensando que sólo me lo decía para asustarme, para hacerme desistir, para tenerme atada a él, a mi pueblo, a esta ciudad aburrida y decadente, aun cuando una parte de mí sabía que, de no estar segura de que la única persona capaz de cuidarme se mudaría a la capital, quizás habría elegido una ciudad más pequeña para estudiar la licenciatura, una ciudad más manejable, menos feminicida. Como sea, ni siquiera quedé.
Gonzo abre mucho los ojos, sentado junto a la foto de sus padres, el tío Juan y la tía Lucia quienes, como siempre, se han subido a su cuarto para dejarnos pasar la tarde en nuestro desmadre; la escena de la casi violación lo tiene sorprendido, mira a la muchacha forcejear, previo a la entrada de Malcolm McDowell y sus drugos, mientras aprieta la cagua helada con sus dedos rojizos. ". Por qué te gustan tanto estas películas?" me dice. Encojo mis hombros a la vez que él me enlista otras que ha visto por mi culpa, como Anticristo o Irreversible. Yahir piensa que la violencia no es más que eso, pero yo opino diferente, pienso en la infinidad de cosas que podemos aprender de ella, sobre nuestra propia naturaleza, y en el placer de mirarla por mirar, a través de una rendija.
—Dijera Lovecraft, "el horror es la emoción primitiva más intensa del humano".
—Pero él hablaba del terror cósmico, sobrenatural —debate Santo, argumentando contra mí, como de costumbre—. Ya sabes: monstruos, aliens y esas cosas.
—Al final es lo mismo porque hablamos del temor a lo desconocido. ¿Y no te horroriza pensar en las cosas que nuestra raza es capaz de hacer?, ¿todo lo que nosotros tres, sentados aquí, ignoramos por completo?
Santo me recuerda los videos de la USB y luego arrastra los pies nerviosos sobre la alfombra, le da una fumada a su porro, se queda pensando, mientras Gonzo se remueve en el sillón con incomodidad y Yahir viaja muy lejos, concentrado en la pintura despedazada del techo. Entonces por fin suenan: el claxon de la moto y el timbre de la casa.
—Loquita —me dice Gonzo—. A la otra recuérdenme por qué no debemos hacerle caso —se levanta para abrirle al de la pizza. Santiago sale corriendo detrás de él, y pregunta en voz alta por sus dedos de queso mientras Yahir y yo reímos, abrazados.
Esta es como la tercera vez que Yahir entra a la casa de Gonzo, la foto de sus papás le hace preguntarse si no bajarán en algún momento, pero yo le digo que no, que están acostumbrados. Él se reclina hacia mi, suspirando de alivio, da un beso muy suave en mis labios que pronto pareciera querer convertirse en algo más; me toma de la cintura, susurrando cuánto me ha extrañado, pero yo no puedo responderle. Cuando estoy a punto de rodear su espalda con mis brazos, un estruendo muy raro nos interrumpe. Viene de la cochera.
— ¿Qué pasó? —pregunto—. ¿Santiago? ¿Gonzalo?
Yahir y yo nos levantamos. Escucho murmullos. Por la abertura de la puerta entreabierta alcanzo a ver cómo Santo se aferra a la camiseta de Gonzo, las piernas de ambos tiemblan, camino hacia la cochera pero, al abrir la puerta, Yahir se adelanta, se pone delante de mí. Afuera podemos ver la camioneta y al grupo de hombres armados. El repartidor aprieta los barrotes del cancel mientras aún sostiene la caja de pizza, mira sucesivamente hacia el otro lado de la calle y luego hacia mi primo, esperando, sin decir ni una palabra, que éste le abra, pero Gonzo no se puede mover; es la primera vez que los tiene delante, así, tan cerca, y lo sé... porque también es la mía. De repente a mí también me tiemblan las piernas. Dos de ellos bajan un peso de la camioneta blindada, como si fuera un costal de piedras: es un hombre bañado en sangre, con la camisa desgarrada y el pecho con uno, dos, tres, cuatro hoyos; lo lanzan al cemento y sus fluidos resbalan hacia nuestro lado de la calle. Ellos nos miran. Óscar sale de la camioneta, trae un cuerno de chivo y un chaleco antibalas. Los escucho hablar. Sus palabras parecen salidas de alguna narconovela.
"¿Qué les hacemos? ¡Nos vieron!"
"Pos' nada, loco, ¿qué quieres o qué?"
"Es que ahora son gente del J"
"Que se los lleve la chingada pues, ¡igual que al Gordo!"
El más grande viene hacia nosotros. Yo no lo puedo creer, ¿apenas tres segundos les tomó decidir nuestro destino? ¿Por qué? ¿Por estar parados en esa calle, en ese momento? ¿Porque al jefe de un cártel contrario se le ocurrió que ahora le pertenecíamos? No me puedo mover, no me siento ahí, debo estar en otro sitio. Despavorido, el repartidor sale huyendo sobre la calle y, por primera vez, la escucho: a la bala que sale del arma, la bala que se clava en la espalda del uniformado, justo sobre el logo de Domino's Pizza. Me aturde. Cierro los ojos. Oigo el cuerpo caer sobre el asfalto y, aunque el temblor de mis piernas se ha vuelto más tenue, siento como que me desvanezco, que despierto, que se me nubla la vista...
Pero no, sigo aquí. Gonzo lucha con el hombre que nos amenazó, pues está intentando abrir a fuerzas el portón de la casa, Santiago se apresura a ayudarlo y Óscar viene detrás. Balbucea algunas cosas, no las comprendo, parece que trata de persuadir a los otros blindados, pero ninguno de ellos lo escucha. Gonzo cae y el hombre se abalanza sobre él. Cuando veo cómo lo jala de las piernas, con tanta frialdad y desprecio, no lo pienso dos veces, empujo a Yahir para que me deje correr y me apresuro, porque lo tengo que evitar. ¿Qué cosa? No lo sé, que se lo lleven, que le peguen, que... Tomo a mi primo del brazo, Gonzalo patalea, yo grito, Santiago levanta las manos. La imagen de Óscar apretándose el cabello chino y jalándolo en dirección al cielo, es lo último que veo antes de caer de rodillas, vencida por la fuerza de los hombres. Gritos, pisotones, golpes, ya no encuentro a Yahir por ninguna parte. Una ráfaga y todo acaba. Su peso cae sobre mí. Ahora me arrincona el silencio, un vacío eterno que dura apenas unos segundos, pero que recordaré por el resto de mi vida. Después viene el lamento de los padres, el llanto de mi tía Lucía, los alaridos de mi tío Juan, y el resto de los balazos a este pueblo en donde nada sucede, ráfagas que hacen correr a los hombres blindados en busca de un escondite para continuar con la guerra.
Óscar no se mueve, pese a que el otro bando viene hacia él, se queda mirándonos, mirándome, con una rara expresión en su cara, una especie de congoja, de sorpresa desmedida que me recuerda a la de esa noche: la noche que dejamos de ser amigos. Mira el torso baleado de Gonzalo, la cabeza destrozada de Santiago y la herida que borbotea en el cuello de Yahir, y retrocede con las cejas contraídas, los ojos casi en blanco, el ligero temblor en su quijada... Esa es, como la mía, es la cara del horror.
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CÓMO CITAR: Mayorquín, Daniela (2021). Desafortunada visita. En Antología de letras, dramaturgia, guion cinematográfico y lenguas indígenas. Jóvenes Creadores. G 2020-2021. México: Secretaría de Cultura-SACPC. Págs. 55-61. Recuperado de: https://bit.ly/3RyqQ10
Hola Buenas Noches me encanto esta platica,
ResponderBorrarpor favor me puedes comentar sobre el cuento que leeremos esta semana. Gracias