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"El fantasma de mi abuela", Martín García López | FONCA | Jóvenes creadores | 2019-2020

Fuente de la imagen: Fotografía de perfil en 'Latestaruda.wordpress' Ideogram

Haz clic en la imagen para acceder al Live el 07 de ABRIL de 2022, a las 20:00 hrs.
[Video disponible hasta el 06 de mayo de 2022]

Semblanza

Martín García López nació en Querétaro, Querétaro, en 1991.

Estudia Letras Hispánicas en la Universidad de Guadalajara. Escribe sobre cine para los medios digitales Clarimonda, Radio Fórmula Jalisco y El Faro Cultural. Ha publicado en revistas como La Cigarra, Radiador Magazine y Monolito.

El cuento "App. Euthanasia", se incluyó en la antología de becarios del FONCA de la generación 2019-2020. 

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El fantasma de mi abuela

Anoche perdí al fantasma de mi abuela. La saqué a pasear, con su correa, por el mercado que le gustaba. La aferré a mí para preguntarle si el melón estaba maduro o si le gustaba el olor de las gorditas quemadas. Ella balbuceó mi nombre, el alzhéimer le avanzó aun muerta, incluso así, su voz me recordaba mi niñez. Pero, cuando la señora del jitomate me preguntó cómo llevaba lo de mi abuela, fue que la perdí. En ese momento apreté la correa para sentirla más de cerca, pero ya no la escuché. En cambio, sentí la inmensidad de la gente pasando y, entre tumultos, busqué su aroma a cobre, el escalofrío en la espalda de un desconocido, el grito de un recién nacido que mira a un fantasma. Pero ninguna pista me decía por dónde se había ido ni el porqué. Seguí caminando hasta la tarde mientras los vendedores guardaban. La del jitomate me preguntó por qué me veía tan ansioso. No le respondí, pensé: ¿Quién me va a robar al fantasma de mi abuela? 

Esa noche, en la casa, dije la oración que me había enseñado de niño para atraerla, pero no funcionó. Me sentí culpable y me regañé a mí mismo. Pensé: Si mi abuela no tuviera alzhéimer, habría regresado a casa. Pero ¿y si el fantasma de mi abuela se escapó para dejar de ver telenovelas turcas conmigo? Repetí la oración que mi abuela me había enseñado de niño. 

A ti clamamos los desterrados hijos de Eva; 
suspiramos, gimiendo y llorando, 
en este valle de lágrimas. 
Ea, pues, señora, abogada nuestra, 
vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos, 
y después de este destierro muéstranos 
el fruto bendito de tu vientre. 
¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce madre mía! 

Recordé cuando ella pasaba sus manos callosas por mis brazos y me pedía que orara hasta quedarme dormido. Mi abuela no había escapado, por qué me habría abandonado si había decidido amarrarse a mi lado. No, seguramente el alzhéimer la hacía vagar de calle en calle, buscándome. 

Empecé a salir durante las noches para encontrarla. En esos recorridos, hallé fantasmas a los que les describí a mi abuela, pero la mayoría negaron conocerla, los pocos que lo afirmaron me dirigieron a otros fantasmas. Fue hasta la quinta noche, cerca del mercado, diciendo el verso: "vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos", que escuché a mi abuela completar la oración al otro lado de la calle. Corrí para amarrarla y no perderla. Pero, al acercarme, un niño gritó que me detuviera. Me apresuré a decir que ella era mía. Mi abuela balbuceó mi nombre y el niño y yo respondimos al mismo tiempo: ¿Mande? 

Regresé a la casa dispuesto a beber hasta quedarme dormido. Recordé cómo mi abuela limpiaba mis uñas con un alfiler antes de entrar al kínder. Imaginé que ahora le hacía lo mismo a otro niño y ahí, en medio de la sala, pensé en asesinarlo. A la mañana siguiente, con dolor de cabeza, fui a buscarlo al mercado. Lo encontré en la banqueta con mi abuela. Dije una vez más que ella era mía, le pedí que me la intercambiara. Le mostré un Godzilla al que le faltaba una garra, un transformer sin cabeza, un equipo de luchadores quemados, una barbie sin cabello. El niño tomó una pistola láser, me apuntó con ella y disparó. No aceptó. No me quedó de otra que abofetearlo. Le coloqué la correa a mi abuela. No dejó de llorar y yo la jalé por la avenida mientras el niño gritaba. 

Ya en la casa, con mi abuela, el olor a cobre era lo que menos me molestaba. La veía todas las noches, intentando traspasar la pared. La amarré frente a la televisión para que viéramos sus telenovelas turcas. Yo aplaqué sus gemidos con cerveza. Pero la observé tan ansiosa, sabiendo que el alcoholismo y el alzhéimer se llevan en la sangre, que sus gritos me devolvieron a mi infancia. Decidí soltarla. Ella se quedó como un perro que no sabe si correr o quedarse. La dejé sola para que decidiera. Me acosté en la cama, sentí las manos de mi abuela sobre mi rostro como las patas de un gato. Aguanté la respiración para fingir mi muerte. Mi abuela salió traspasando la pared.


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FUENTE:  FONCA (2020). Antología de letras, dramaturgia, guion cinematográfico y lenguas indígenas. Jóvenes Creadores. G 2019-2020. México: Secretaría de Cultura. Recuperado el 10 de febrero de 2022 de: https://fonca.cultura.gob.mx/jovenesCreadores2020/img/antologia_jc_2020.pdf

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