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Formación feminista | Damiana Leyva-Loría

La mayoría de quienes nos identificamos con el movimiento feminista, iniciamos debido a una o varias situaciones personales. Tal vez...

  • Nos dimos cuenta que los hermanos eran flojos y nosotras debíamos atenderlos
  • Vivimos las agresiones físicas de nuestros padres hacia nuestras madres
  • Tuvimos algún pariente que abusó sexualmente de nosotras
  • En la escuela vivimos que el profesorado le daba la voz a los niños, y nunca nos dejaban participar
  • Nuestra familia pagó los estudios de nuestros hermanos, y a nosotras nos lo prohibieron por ser mujeres
  • Nos prohibieron realizar ciertas actividades o profesiones solo por ser mujeres
  • Nuestros profesores nos acosan e intimidan
  • Nos embarazamos pero no queríamos ser madres
  • Somos mujeres en un cuerpo que no nos corresponde
  • Somos mujeres y nos gustan otras mujeres
  • Hemos sido agredidas física y sexualmente por nuestras parejas
  • Nuestras hijas fueron asesinadas por sus parejas
  • Somos mujeres indígenas o afromexicanas, y nos prohíben acceder a ciertos espacios laborales y simbólicos
  • Somos mujeres migrantes y nos prohíben el libre tránsito en México
  • Tenemos capacidades de liderazgo, pero nos impiden esos puestos solo por ser mujeres

Durante la niñez recibimos cierta educación familiar, y en gran medida es la que moldea nuestra identidad como mujeres en esta sociedad. Algunas se sienten cómodas con este tipo de educación y no la cuestionan. Sin embargo, existimos otras que en algún momento nos preguntamos ¿es correcto lo que vivo?, ¿por qué mi familia y la sociedad dicen que está bien, pero yo creo que está mal?

Casi siempre en la adolescencia (o madurez temprana) es cuando descubrimos que mucho del aprendizaje recibido en casa, en la escuela y en la sociedad tiene sesgo de género. Es decir, nos enseñan que está bien para nosotras las mujeres, pero en realidad no es correcto porque somos seres humanos. 

A veces es difícil dialogar estos temas en familia, debido a que se nos juzga de manera negativa, y lo que inició como una plática finaliza con pleitos acalorados y enemistades en el hogar, con nuestros propios seres queridos.

Cuando atravesé por momentos así en mi adolescencia, busqué refugio en colectivas feministas. En especial agradezco a "Católicas por el derecho a decidir", así como a la "Unidad de Atención Sicológica, Sexológica y Educativa para el Crecimiento Personal, A.C. (UNASSE)", pues gracias a la información compartida en momentos de incertidumbre total, pude tomar una de las mejores decisiones de mi vida: mi cuerpo me pertenece, y solo yo tomo las decisiones sobre él.

En la actualidad, el feminismo está sobre la mesa en la mayoría de espacios públicos. Es un gran avance, comparado con el México de hace 20 años. Y aunque falta un camino largo para celebrar el ejercicio pleno de nuestros derechos, se han dado pasos agigantados, y esto se debe a las diversas colectivas feministas.

Creo que las colectivas feministas han ejercido la mayor presión política y social durante el siglo XXI. Gracias a ellas se han creado y modificado leyes a favor de los derechos de las mujeres. También son un gran apoyo para que otras mujeres no estén solas en el proceso de autoconocimiento.

En una época en que los partidos políticos e instituciones gubernamentales han perdido credibilidad, las colectivas feministas son los faros que guían el camino hacia el ejercicio de la política desde la sociedad civil organizada.

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