Observamos cómo el tipo del bongó se levanta a duras penas y se tambalea hasta el baño portátil más cercano. Al parecer está ocupado. Sacude la puerta y al final incluso se avienta contra ella. La casita de plástico se bambolea bajo su peso. Se escuchan maldiciones desde adentro. Cuando está seguro de tener la atención de Anouk, el tipo del bongó se voltea hacia ella y sonriente le guiña el ojo.
Parece que este pavoneo primitivo más bien la aterroriza.
—¿Qué hacemos si este tipo se aparece de repente enfrente de nuestra casa de campaña en medio de la noche? — pregunta on el rostro apoyado en el escuálido pecho de Phil.
—Tonterías —refunfuña Phil, pero suena inquieto.
—Bueno, a mí no me molestaría que nos fuéramos hoy —digo lentamente—. No me parece que el festival esté taaan bueno.
Con o sin el tipo loco del bongó, ya sólo estar acostada en un maco de dormir en una casa de campaña congelada, mientras que a menos de medio metro una parejita se esmera en ser silenciosa mientras se besuquean, no es ninguna experiencia que necesite con urgencia.
—i En serio, Judith? La voz de Anouk suena tan agradecida que me parece verdaderamente noble. No quiero estropearles el fin de semana, pero... preferiría a casa.
—Muy bien —susurra Phil—. Entonces vamos a empacar.
Creo que después habrá tormenta.
A lo lejos retumba el trueno de una tormenta veraniega que se levanta, sordo y amenazante como el gruñido de un animal grande.
o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o
ZIGGY
Z: Después deseé repetidas veces simplemente haberme quedado en el festival. Los dos nos hubiéramos tranquilizado de nuevo. Hubiéramos dormido en tu camioneta y regresado al día siguiente a casa. Entonces, quizá, nada de esta mierda hubiera ocurrido. Por lo menos no me hubiera pasado a mí. Tal vez mi vida sería totalmente diferente.
E: Pero esto de aquí es tu vida, Ziggy.
Z: Maldita sea, sí. Pero a veces, cuando me despierto en las mañanas, deseo con todas mis fuerzas que pudiera levantarme y por fin continuar con mi verdadera vida. Y esta otra de aquí, esta vida de mentiras, se esfumaría a la luz del sol como un mal sueño.
Me acuclillé sobre la cerca de madera del estacionamiento y esperé a que cualquiera me llevara. La sola idea de tener que regresarme con Elmar al día siguiente me hacía sentir inseguro. No, ¡prefería pedir aventón!
Mientras me fumaba un cigarrillo tras otro, oscureció lentamente.
En algún momento escuché crujir unos pasos sobre la grava. La luz de una linterna se paseó por el estacionamiento, se deslizó brevemente sobre mi cara.
—¡Hola!
Reconocí la voz de Anouk. Enseguida también la vi: su vestido claro relucía en la oscuridad. Detrás de ella pude distinguir vagamente a su novio burgués y a la rubia grande. Para mi sorpresa los tres venían hacia mí.
—¡Gracias por haberme ayudado hace un momento! —dijo Anouk con voz cálida—. Tú te llamas Ziggy, ¿no? Seguro conoces a Philipp y a Judith de la escuela.
Nosotros nos saludamos con la cabeza, examinándonos.
—¿Y quién era ese psicópata? ¿Lo conocías? —preguntó Philipp.
—Ese psicópata es mi primo —expliqué.
Incluso en la oscuridad pude ver cómo dejaron caer la mandíbula.
—Normalmente no es así... sólo que estaba totalmente borracho —murmuré.
¿Por qué seguía defendiendo a Elmar? Ese idiota no se lo había ganado.
Siguió un silencio largo y vergonzoso. Finalmente Judith se aclaró la garganta.
—¿Ya nos vamos, gente?
Se echó su mochila y colchoneta al hombro. También los otros dos estaban cargados con cosas para acampar. Era obvio que ya querían largarse. Y era obvio que tenían un coche. "¡Vamos, pregunta, estúpido! —pensé—. ¿O quieres pasar la noche en el estacionamiento?"
—Ehm, ¿van para la ciudad?
Apenas lo había dicho en voz baja cuando Anouk soltó también: —Sí, ¿quieres venir con nosotros? Podemos llevarlo, ¿no, cariño? Todavía tenemos espacio en el coche.
"Cariño" no parecía muy entusiasmado. Al parecer yo le era tan antipático como él a mí.
—¡Ay, vamos, Philipp! ¡Yo manejo! —Anouk le hizo ojitos.
—Está bien —dijo finalmente él con una sonrisa forzada.
Caminamos detrás de él por el estacionamiento. Nos quedamos parados frente a un Mercedes W 114 blanco.
—Un Stroke-8. ¡Nada mal! —se me escapó—. ¿Es del 72?
—Del 70 —me examinó fríamente—. Es el coche de mi abuelo. Parece que sabes de coches.
Me pregunté si su voz sonaba siempre tan irónica.
—Mi primo tiene un taller mecánico. A veces trabajo allí —contesté.
—Bueno, pues... súbete —dijo Philipp.
Al hacerlo me miró como si tuviera miedo de que yo pudiera alojar en mis rastas piojos que estaban ahí acechando para anidar en el tapiz del abuelito.
Me hubiera gustado decir: "¡Ey, no se molesten, gente! ¡Bye!"
Pero aI siguiente segundo pensé: " ¡Qué más da! Si es sólo una hora. Después te bajas, dices bien educado 'Gracias' y no tienes nada más que ver con esta gente nunca".
Diablos, estaba equivocado.
o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o
JUDITH
El viento en contra se mete por la ventana abierta del Mercedes y acarrea el olor a cereales maduros. Sobre mi brazo corretean diminutas arañuelas negras. Subo mi ventana.
El cielo se siente pesado como plomo. Amenaza con un trueno furioso, como si quisiera advertirnos sobre algo. "Si tan sólo ya estuviéramos en casa", pienso.
La piel del asiento se pega a mis piernas. En el espejo retrovisor se balancea un aromatizante con forma de árbol. Su intenso aroma a vainilla me provoca náuseas. Además, Anouk maneja bastante rápido.
—Allá adelante, tienes que salir cerca del cardizal, Anouk. Luego son sólo cinco kilómetros hasta Schwarzacker —está explicando Ziggy.
Está sentado junto a mí en el asiento de atrás y parece que cuenta los minutos para bajarse. Trae amarradas sus rastas rojas en la nuca. Sus dóciles ojos oscuros contrastan sorpresiva-mente con la salvaje melena.
Un vistazo al reloj me delata que ya son las nueve y media. Doblamos en la carretera nacional hacia Schwarzacker, pasamos junto al lago artificial. Ni siquiera la luna se puede ver bien. Sólo se ilumina fugazmente detrás de los jirones de nubes, una hoz delgada, filosa.
Anouk canta quedito para sí misma, mientras toma la curva ágilmente: "La luna ha salido, las estrellitas doradas saltan u la vista en el cielo claro y limpio..."
—Y si mejor prendo el radio? —dice Phil en broma, adelante, en el asiento del copiloto.
Nos metemos a una zona boscosa. Afuera se deslizan con rapidez las ramas de los árboles, arrancadas de la oscuridad por las luces del coche, y de nuevo víctimas de la oscuridad. El aromatizante se columpia de un lado a otro. Siento cómo se me hacen pesados los párpados...
"... el bosque permanece negro y calla y del prado surge..."
Damos vuelta en la curva.
Entonces.
De repente.
Justo delante de nosotros.
Philipp grita. El ruido penetra en mi cabeza.
— Cuida...
Los frenos rechinan.
Mi brazo derecho se raspa a lo largo del recubrimiento interior del coche, como si me lanzaran hacia delante. Luego el cinturón me detiene de un tirón. Por un momento no puedo respirar, abro de golpe los ojos, veo que algo pasa volando.
Ay, ¿qué es eso? Algo roza todo lo largo del coche, un ruido que nunca olvidaré. Como miles de uñas sobre metal.
Dando bandazos el auto se detiene a la orilla derecha del camino.
El motor hace ruido y se muere.
o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o
ZIGGY
E: Me estás dando miedo, amapola. ¿Pues qué pasó?
Z: Atropellamos algo.
E: ¿Atropellar? ¿Qué?
Z: Sólo emergió una milésima de segundo bajo las luces del coche. Algún animal. Un venado o algo así... tal vez una cebra... ya no sé, todo fue tan rápido...
E: ¿Una cebra? ¿Cómo se te puede ocurrir justamente una cebra? Diablos, ustedes...
Primero nos quedamos sentados sin movernos. "Tal vez sólo me lo imaginé —pensé—. No pasó nada".
Pero después estalló el caos absoluto. Todos gritaron a la vez. Judith abrió la puerta de golpe y saltó fuera del auto. Philipp y yo la seguimos. Sólo Anouk permaneció sentada, los párpados apretados firmemente.
El resto de la carretera asfaltada estaba delante de nosotros, vacía. En busca de algo, regresamos corriendo algunos kilómetros. Y entonces descubrimos la motoneta en los arbustos.
Pero ya no se veía como una moto. A media luz reconocimos los ojos de gato de los delineadores. La estructura de la corteza de los árboles. El follaje muerto se arremolinó cuando tropezamos con el terraplén empinado a la orilla de la calle.
Me caí.
El olor a tierra y fierro. Las palmas de mis manos estaban raspadas y sangraban. Las miré. Todo se me había entumecido.
La cosa con la que había tropezado era una bolsa blanca con asas cortas.
Estaba en medio de unos pequeños hongos. Los tallos carnosos estaban doblados, los sombreros con sus láminas, aplastadas. Todavía puedo verla frente a mí, con toda exactitud.
Levanté la bolsa, intenté reprimir el pensamiento de que me parecía de alguna manera conocida.
En ese momento escuché gritar a Judith:
—Aquí! ¡Aquí!
Allá enfrente, en el bosque, acechaba la noche. Y corrí hacia el centro.
La chica yacía ahí, completamente quieta.
Era Cebra. Yasmín.
Su casco se había resbalado. Y su pierna... con su pierna había pasado lo que con la motoneta: no tendría que verse tan torcida, estaba mal, completamente mal. Toda la sangre...
Judith se había inclinado sobre Yasmin. De pronto vi claramente las largas raspaduras en el brazo de Judith. Sus dedos volaban, le temblaba todo el cuerpo.
—¡Creo que ya no respira! ¡No puedo sentir su pulso! —gritó y nos miró pidiéndonos ayuda; a Philipp, que estaba apartado, las manos cruzadas sobre el pecho como si se estuviera congelando. A mí.
Vacilante me arrodillé junto a Judith y tomé la muñeca blanda de Yasmin para sentir su pulso. Todo menos ver la pierna... Para contener las ganas de vomitar, me concentré en la cara pálida de Yasmin. Aún tenía en su oreja uno de los audífonos de su MP3, el cable estaba arrancado. Su boca estaba ligeramente abierta, como si estuviera sorprendida. Pude ver el pequeño entre sus dientes. Había un poco de sangre en sus incisivos.
Junto a mí, Judith sonaba histérica.
—¿Qué tiene? Tal vez deberíamos hacerle un masaje en el corazón... diablos, ¿cómo se hacía eso?
Ahí, ¿no se habían contraído los párpados de Yasmin?
No, debí haberme equivocado. Porque no podía sentir el latido de sus venas. No había pulso.
—Yasmin —susurré.
Apenas hoy en la tarde había hablado con ella. Y ahora ella estaba...
Así nada más.
—Está muerta —dije en voz baja.
Estaba tan confundido, no sabía lo que tenía que pensar o sentir. ¿Y ahora qué debíamos hacer? Philipp se había dado la vuelta y había corrido de regreso a la calle, al coche. Sus pasos eran cada vez más rápidos. Parecía ser el único que sabía lo que se tenía que hacer. Así que lo seguí, simplemente corrí detrás de él.
Volvimos a subir por el terraplén.
—¡Quédense aquí! —nos gritó Judith, medio sollozando—. ¿Qué demonios les pasa? Pero si tenemos que...
Y entonces la escuché correr detrás de nosotros.
Ya casi habíamos llegado al coche cuando nos alcanzó y sujetó a Philipp de la camisa.
—¿Alguien trae celular? —jadeó sin aliento—. ¡Tenemos que llamar a urgencias! ¡A la policía!
—E-eso ya no se-servirá de n-nada—contestó Philipp y se soltó de Judith. Tartamudeaba tan intensamente al hablar que apenas pude entenderlo—. E-eso no va a hacer que re-reviva...
De pronto enmudeció. Nosotros también lo escuchamos.
El ruido de un motor que se acercaba a nosotros. Pánico total en mí. Nada más que la urgente necesidad de esconderme. Por reflejo me acuclillé detrás del coche usándolo como escudo.
Philipp agarró a Judith del brazo y la jaló detrás del Mercedes.
—¡A-Anouk, a-apaga las luces! —gritó—. ¿Escuchaste? ¡Apaga de inmediato las lu-lu-luces!
Durante un momento pensé que ella no iba a reaccionar.
Entonces, se apagaron las luces. Nuestra respiración jadean te en la oscuridad.
Pudimos habernos puesto en la calle a hacer señas. Pudimos haber detenido el coche.
No lo hicimos.
Segundos después el coche pasó a toda velocidad a nuestro lado.
No se detuvo.
Una gota reventó sobre mi brazo, después la lluvia golpeó el asfalto. Los truenos estallaban justo sobre nosotros. La tormenta nos había alcanzado.
Anouk se deslizó rápidamente del asiento del conductor y se acurrucó en el asiento de atrás. No hizo preguntas, no nos dijo ni una sola palabra.
Me apresuré hacia el asiento de atrás con ella. Judith se subió te en el asiento del copiloto. Cerró la puerta.
¡Qué calmante puede ser una puerta de coche cerrada! El bosque estaba afuera, adentro sólo el aroma artificial a vainilla del arbolito aromatizador. Las agujas iluminadas de neón del reloj del tablero daban las nueve con cincuenta y dos minutos.
Philipp se había sentado detrás del volante. Después supe que todavía no tenía licencia para conducir.
Cuando le dio vuelta por segunda vez al encendido del motor, el coche arrancó. Lentamente rodamos cuesta abajo en la carretera, en dirección a Schwarzacker, en donde vivía.
Volteé la cabeza, miré por el cristal trasero. En algún lugar de allá se encontraba Yasmin sola en la lluvia. Entre hongos aplastados en el musgo y árboles negros que se inclinaban sobre ella.
Intenté mirar fijamente el lugar tanto tiempo como me fue posible, pero entonces llegó la siguiente curva y éste desapareció. Un pedazo color negro que se tragó la noche.
o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o
¿Te gustó el fragmento?
¡Puedes adquirir el libro en la tienda Kindle a un precio muy accesible!
Comentarios
Publicar un comentario